martes, 13 de noviembre de 2012

Oriente-Occidente


Debido a la situación del siguiente ejercicio, en la ciudad japonesa de Osaka, he rescatado un trabajo que realicé hace algún tiempo sobre Tokio, y que puede ser perfectamente aplicable a Osaka. Este es un fragmento que me parecía interesante:


"La compleja forma urbana de Tokio encuentra explicación en maneras de pensar, de ver y de vivir ajenas a la lógica occidental. A pesar de su imagen cosmopolita, Tokio es, ante todo, Japón.
Numerosas son las cuestiones que separan el pensamiento japonés del occidental. La primera alude al relativismo del primero, heredero del budismo, frente al dualismo del segundo, heredero del cartesianismo. La ciudad tradicional europea, con su radical diferenciación entre urbe y campo, espacio público y espacio privado, demuestra cómo la percepción dualista del mundo opera sobre ella. El budismo, en cambio, rechaza las polaridades. Sus casas tendían a fundirse con el exterior y las estancias interiores a ser indefinidas y ambiguas. Lo mismo ocurría en las ciudades: no estaban delimitadas por murallas, si no que se fusionaban con el campo en contornos inestables.
                El occidental, basándose en la belleza clásica, siempre ha buscado una estructura y una jerarquización, vías rectilíneas que enlazan monumentos y plazas que enfatizan articulaciones urbanas. En Tokio, sin embargo, las grandes arterias no engarzan hitos, ya que la claridad de conexión no es una prioridad; las plazas nunca fueron un elemento urbano propio, ya que las funciones occidentales asociadas a ellas se desarrollaban en las calles. Sin calles corredor, sin grandes avenidas, sin plazas representativas, Tokio carece de belleza para un occidental
La segunda diferencia entre el pensamiento occidental y el japonés alude a la obsesión del primero por el todo y la incidencia del segundo en la parte. Las ciudades europeas son un único cosmos, mientras que en las japonesas cada parte es un cosmos en sí mismo. El espacio urbano de Edo se fue generando por la adición de partes, de barrios que estaban totalmente definidos y que posteriormente se conectaban con las zonas adyacentes. Es decir, las partes fueron pensadas cuidadosamente pero sin preocuparse por el todo resultante.
La tercera diferencia radica en el carácter permanente de la ciudad occidental frente a la esencia evanescente de la ciudad japonesa. La cristiana consagración de lo eterno se tradujo en la arquitectura en una apuesta por la permanencia, por lo tectónico y masivo. Los edificios pasados se convierten en objetos de culto que se deben respetar y mantener. El budismo, en cambio, nunca apostó por lo permanente, convencido de que la vida no es más que una sucesión de existencias temporales donde todo es transitorio. Esta forma de entender el mundo trascendió a la arquitectura. En Japón, la decadencia de un edificio era observada como algo normal. También los templos participaban de este convencimiento, por lo que nunca fueron proyectados como monumentos a perdurar, si no que se encontraban a las afueras de las ciudades e iban desplazándose hacia el exterior a medida que ésta crecía.
El pensamiento relativo frente al pensamiento dual, la parte frente al todo, lo evanescente frente a lo permanente… Tokio es el resultado de una manera de ver el mundo distinta a la occidental."

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